Por dónde empezar cuando se trata de hablar de educación
emocional. Ante todo trataré de huir de aquellos tópicos que hablan de la
educación emocional como crisol de ideas en las que cabe cualquier cosa
relacionada con las nuevas pedagogías y su vínculo con las corrientes new age derivadas del culto al
individualismo más espirituoso.
Creo que es harto imposible
hablar de educación sin emoción, sin emocionar ni emocionarse (Romera, 2019).
Porque es una labor que así lo precisa y requiere. Nada como acompañar a una
criatura en el descubrimiento del mundo, y digo acompañar en el sentido más
estricto, huyendo también de aquellos que defienden la no intervención del
adulto o aquello que propone Goldschmied (1998) de intervenir sin interferir.
Haciendo un alto en este punto,
sinceramente creo y las realidades hablan por sí solas, que aquellos que
defiende la ausencia de intervención del adulto acaban por generar
desprotección en los niños. Presuponer una autonomía espontánea implica no
guiar y eso desorienta al niño en su construcción del mundo. Se me echarán
encima aquellos que creen que el adulto ha hecho tanto daño en el pasado en la
educación de las criaturas que ahora ha llegado el momento de lo que llaman la
mirada consciente y abierta. De nuevo nomenclaturas que recuerdan al espíritu new age que sigue embargando la pedagogía
de falta de sentido común. Una mirada
consciente, bien y lo más abierta posible para abarcar la realidad de cada niño
y sostenerla. Comellas (2011) sostiene que educar implica ejercer una influencia intencionada que puede llegar a restar espontaneidad en las criaturas pero que tiene que favorecer la madurez y la comprensión del contexto donde se vive. Así, educar implicaría guiar por parte de las personas adultas y eso comporta una clara responsabilidad en relación a las repercusiones de las decisiones que se toman hacia los niños.
El niño necesita del adulto y eso
es incuestionable. No es necesario ponerse ahora a leer a aquellos que venden
humo pedagógico a precio de oro mientras llenan los auditorios de una bruma de
consciencia global y armonía, eso sí, sin antes armonizan sus cuentas
corrientes a cuenta de su público, para poder entender lo que trato de explicar.
Existe un gran mercado en torno a estos conceptos ligados a la educación:
libros, conferencias, cursos, postgrados e incluso másters. Y un gran número de
ávidos consumidores de estos productos
Si acompañar supone estar
presente, guiar, inducir, estimular, escuchar, preguntar y comprender, ¿dónde
está ese profesional consciente, con sus chakras
perfectamente alineados mientras en el aula o el tiempo de recreo sus
alumnos exploran su fuerza los unos con los otros? ¿Dónde está el profesional impregnado
de espiritualidad cuando un niño le está pidiendo límites a gritos? El límite,
otro gran tema que se pierde en las vacuidades de aquellos que con su mirada
consciente llenan sus bocas y prácticas de discursos vacíos y carentes de
acción. Un niño necesita límites y eso está bien y es necesario. No podemos
huir de ello. La gran pena y sobre todo la gran pérdida es aquella que está
haciendo que los niños y niñas estén construyendo sus propias realidades por
ausencia de límites y eso es el sálvese quien pueda. Aquí es entonces cuando la
violencia infantil campa a sus anchas mientras el adulto “consciente” sigue
pendiente de su ombligo y tratando de defender su discurso del naufragio que le
proporciona la realidad. Aquí es cuando me doy cuenta del daño que le estamos
haciendo a la infancia bajo esta estela con olor a Patchouli y cromoterapias
varias.
Me llama mucho la atención que el
gremio de profesores y educadores no estemos obligados a tener un seguimiento
psicoemocional por un profesional colegiado (horror, cuidado otra vez las
pseudoterapias que no hacen más que edulcorar las carencias personales). En
algunos países europeos es una obligación ya que, de este modo se garantizaría
la supervivencia emocional de aquellos que dedican su vida a contener otras. No
es un aspecto que se deba tomar a la ligera. Las inspecciones educativas
únicamente evalúan al comienzo de la actividad docente la idoneidad del
profesorado, poniendo el acento sobre todo en aquellos aspectos burocráticos
derivados del seguimiento de las programaciones o la localización de documentos
internos. Por lo tanto ¿dónde queda la evaluación y el seguimiento psicológico?
Inexistente. De ahí que sea una de las profesiones con mayor burn-out. Burn-out que acaba recayendo en las criaturas a las cuales se acompaña.
Me considero frontalmente en
contra de estas prácticas que basan su realidad en la construcción de un
discurso reiterativo en forma de puzle que no duda en cortar y pegar lo que
conviene de la pedagogía clásica y las corrientes de autoconocimiento y
crecimiento personal. ¡Menos coaching e incienso y más formación y presencia en
los recursos educativos! No es ninguna broma de lo que hablo. Hay incluso un
mantra, que imagino les ayuda a estas personas a sentir que lo están haciendo
bien en sus prácticas educativas: “Venga, eso no se hace….a ver, así no…”. Y todo esto en un tono de cántico tibetano más que de firmeza y cariño. Pero a la hora de la acción todo queda en ese tono multifloral y ni
siquiera hay presencia real.
Un niño sabe cuándo se le miente, cuando no se le atiende, cuando se le evita. Y no le hacen falta muchas ocasiones parecidas para recurrir a su propia protección emocional, construyendo sus propios límites en ausencia del adulto. ¡Qué gran error!
Un niño sabe cuándo se le miente, cuando no se le atiende, cuando se le evita. Y no le hacen falta muchas ocasiones parecidas para recurrir a su propia protección emocional, construyendo sus propios límites en ausencia del adulto. ¡Qué gran error!
Me he topado en algunos proyectos
educativos con una fuerte confusión de términos que deja al libre albedrío
personal que el profesional campe a sus anchas y despliegue todo su arsenal de
propuestas naif cargadas de buenismo, pero con muy poca fundamentación teórica
y, ante todo, ausencia de mirada holística, pedagógica, práctica y social. Así es, lo social
ha dejado de existir desde que el neocapitalismo liberal se ha instalado entre
nosotros y se sienta a comer a nuestra mesa. Sólo importa lo que tú sientes,
cómo te sientes, y no importa para nada
lo que le pase a los demás a no ser que sea para expiar nuestra falta de
espíritu social y tribal (cuidado, otro concepto maltratado) haciendo
donaciones a ONG’s (que muchas viven de
eso precisamente). Por ello, la educación se está convirtiendo en un terreno de
encuentro de individualidades perdidas que afecta de manera directa a los
niños. ¿Es esto un problema social grave? Sin lugar a dudas.
La gran crisis educativa que
muchos advierten, se disfraza de conceptos algodonosos y purpúreos mientras la
realidad de los alumnos es cada vez más compleja. Un mundo líquido (Bauman,
2003), cada vez más inaprehensible, donde los niños construyen su identidad y
se hacen cargo de la falta de acompañamiento de los adultos es el decorado de
la actual educación. Creo que es nuestra obligación defender la alegría, como proponía Benedetti en uno de sus poemas, de nuestra profesión y de aquellos que carcomen una tarea tan hermosa, frágil y digna.
BAUMAN, Z. (2003) Modernidad líquida. Fondo de cultura económica.
COMELLAS, M. (2011), Familia escola. Compartir l'educació. Barcelona. Graó
GOLDSCHMIED, E. (1998), Educar l’infant a l’escola bressol. Barcelona.Asoc.Mestres Rosa Sensat.
GOLDSCHMIED, E. (1998), Educar l’infant a l’escola bressol. Barcelona.Asoc.Mestres Rosa Sensat.
ROMERA, M. (2019) Educación emocional y emocionante. Cuadernos
de Pedagogía núm. 499.
No hay comentarios:
Publicar un comentario