He compartido con varias personas de diferentes ámbitos (salud, dependencia, servicios) y hay un denominador común en las conversaciones: ¿Qué está pasando? La gente está fatal...
La cosecha ya está aquí. Hemos sembrado unas generaciones carentes de valores porque el capitalismo voraz se ha dedicado a mantenernos ocupados con la histeria de la producción como argumenta Byung-Chul Han en uno de sus textos. Generaciones de personitas de cristal de Murano, bellas, bonitas pero cada vez más frágiles, sin espacio para la frustración. Porque la frustración como escuché en estos días está pasada ya...
La inmediatez, lo líquido que se nos escapa de las manos es nuestra realidad. Una realidad que a veces nos pellizca únicamente cuando nos conecta con lo humano, con lo trágico, con aquellas bajas emociones que crean una escenografía circense de la que somos cómplices.
Y a todo esto: la educación. La (des) educación porque ya es complejo educar y acompañar. Ahora se trata de cumplir los deseos de la administración, de las familias o del currículum de turno. El maestro ya no lo es, ha pasado a ser gestor, con la falacia de la educación emocional como banda sonora. Como dije antes, la cosecha ya está aquí.
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