miércoles, 10 de noviembre de 2021

Burocracia y gestión educativa

Por más que lo intento, no puedo escapar de la rueda impuesta, con mucha más fuerza en tiempo de pandemia, de la burocracia que rodea al mundo educativo. Una especie de fiebre de protocolos, de normativas de calidad, de diagramas de flujo, de esquemas de funcionamiento, de meetings on line,...que se apoderan de la cotidianedad educativa y que ahoga al docente en un mar de papeleo virtual intermitente. 

Lo importante no es la atención al alumando sino la eficacia, al eficiencia y los números quantitativos que se deriven de esa atención vinculada a contenidos educativos que tratan de centrar la atención docente. Luri, en su texto La escuela contra el mundo, se hace eco de esta realidad bastante alejada de las necesidades del alumnado y muy cercana de alimentar la maquinaria burócrata que persigue colgarse medallas o sellos de calidad, basados en una lógica neoliberal productiva.

El mundo de la empresa se apodera del campo educativo y lo somete a sus reglas, pero no hay nada más imprecedible que un alumno, que una persona que está en etapa de crecer, de descubrir, de hacerse preguntas...y es por eso que el propio sistema empresarial conociendo esta situación doblega al sistema educativo en todas sus etapas, a cambio de ofrecer la quimera de la calidad. 

Un reciente artículo https://www.elconfidencial.com/amp/mundo/europa/2021-11-14/educacion-finlandesa-profesores-dejarlo_3318724/?fbclid=IwAR1df-dVfyKk2rJUZR8wD4rRCCKcn9G6cxrKiYbIuF9db6cW5r9po8Aod6s muestra cómo incluso el icono de la excelencia en Europa se siente desbordado desde dentro: los docentes.

Los ejecutores de esa calidad, situados en primera linea, ante sus discentes que les miran porque es lo único que se les permite con mascarilla, acaban siendo siervos de dichos protocolos. Ante esta realidad, están los que ante la duda, se convierten en fieles y los que defendemos la educación como un acto volátil, orgánico y genuino. No sé cuánto duraremos tratando de esquivar la maquinaria, pero desde luego que no sólo cansa, también da más fuerza para resguardar lo más valioso que tiene una sociedad: las futuras generaciones y el legado a ofrecer.






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