Ya de entrada me cuesta decidir entre si pongo alumnos como
genérico, alumnas o alumn@s más que nada por la cantidad de ruido que se cuela
en esta época de modernidad líquida al más puro estilo Bauman, en donde la
izquierda más naif y cutre deshace los referentes y las referencias colectivas
a cambio de seguir extendiendo sus propuestas bajas en azúcar y de cero
calorías, también de cero contenido crítico y reflexivo. No me hagáis mucho
caso, os llamaré alumn@s y disculpadme si se me escapa otra referencia, lo
importante es que esta misiva va dirigida a todos aquellos con los que compartí
un curso casi completo de Formación Profesional.
Ante todo, agradeceros vuestra enorme capacidad de adaptación
a los cambios en vuestro itinerario formativo. El sistema desarrolla una serie
de perversiones que acabáis sufriendo.
Recuerdo entrar al aula y respirar el oxígeno de los que
expectantes estabais allí esperando que comenzara algo, no sabíais bien el qué
pero que comenzase algo al fin. No sé bien por dónde comencé pero fue el inicio
de unos meses en donde sentí, tras años de pérdida de fe, que merecía de nuevo
la pena compartir experiencias y construir nuevos caminos con la base del
aprendizaje mutuo con grupos de trabajo que mostraban todo su empeño en tirar
pa’lante.
Allí estaban las currantes de las residencias geriátricas que
cada mañana acompañaban a la gente mayor en su día a día, que luego por la
tarde se sentaban a escucharme, con la cabeza abierta y el pecho vibrante, y
que preguntaban o asentían, pero siempre con las ganas y el ahínco de aprender,
de ESTAR presente.
También estaban aquellos que no sabían bien de qué nave
habían caído, quizá porque esa nave, la de su vida, nunca la habían capitaneado ellos mismos y
ahora se atreven a coger los mandos, aunque el rumbo sea incierto. No menos era
la atención y las ganas que ponían en entender qué pasaba en el aula, aunque en
algunas ocasiones tuviesen que estar más pendientes de los mandos de esa nave.
No puedo olvidarme de las “Rosalías”, que con los pies encima
de la mesa y su mirada retadora, buscaban la atención que nunca habían tenido.
Gracias por vuestra valentía, autenticidad y salero. Hay tanto que aprender de
la gente auténtica…
Y yo, entre todas esas miradas, asumiendo mi papel y
recuperando la fe perdida en la educación. No negaré que tuve que contener
muchas banalidades institucionales para que no generasen excesivo ruido en
nuestra relación, también era mi papel. Pero ante todo, recuperé aquello por lo
que siempre he luchado contra la mediocridad que vive esta profesión. Quizá me
lié, os lié, o nos liamos pero supimos desenredarnos porque no es fácil en esta
cultura del cansancio, como apuntaba Byung_Chul Han, ser alguien auténtico que
no se enmarañe en los ruidos que provoca la sociedad naif actual.
Ahora desde la distancia y con el corazón más engrandecido,
os recuerdo y espero que podáis mostrar la pasta de la que estáis hechos
independientemente de quien tengáis delante, para mí fue un regalo. Porque
imagino que no debe ser fácil adivinar las tretas institucionales de las que
sois víctimas y seguir caminando, imagino la neurosis que provoca. Y aún así
seguís defendiendo vuestro deseo de atender a las personas en situación de
dependencia o de integrar de nuevo al sistema a los outsiders…eso es valentía.
No me quiero despedir sin reconocer que también me siento
cómplice en esa neurosis en donde el loco sistema me tiene muchas veces no
el corazón en vilo sino mi vida
pendiente de un hilo. La canción ya lo decía hace varias décadas: “son malos
tiempos para la lírica…” Y yo soy un romántico. Aún así trato de recordar las
maravillosas palabras de Benedetti donde decía que hay que “defender la alegría
como una trinchera.”
No sé si estas palabras llegarán a vuestros ojos, aún así….gracias.
Un abrazo
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