Me siento aturdido ante tanta hipocresía que maman nuestros alumnos, hijos, sobrinos, nietos... Las aulas están llenas de personas que me mueven entre el tedio y la desvergüenza. Lamentablemente es lo que abunda. Mientras algunos otros estarán tratando de no destacar no vaya a ser que los ridiculicen o alguien espere al momento del receso para poder susurrarle al oído algo que le pueda humillar.
Son tiempos de anomia, donde los individuos se sienten con el poder de dominar al otro desde la ignorancia. Nunca había sido tan fácil dominar a una sociedad, ni tan fácil hacer florecer la semilla de lo absurdo como guía vital. Los centros educativos están desbordados de problemáticas individuales que no llegan a solventar, ni tan siquiera a acompañar; quizá porque están más pendientes de cuestiones de imagen, de procedimientos y protocolos. Mientras, los docentes en pleno campo de batalla, tratan de sacar sus recursos propios para contener una turba de individualidades desbocadas que están pendientes de sus mundos virtuales donde TODO vale...
Es preocupante ver cómo nos mantiene ocupados la vileza de las propuestas pedagógicas light, basadas en asimilación de contenidos (cual S. XIX) de una manera que no frustre al discente. Porque si se frustra se le viene el mundo abajo, se enfada, monta en cólera, nos humilla, nos pega, etc. Lamentable.
Se hace harto complicado dignificar la profesión cuando el ambiente generalizado es el de NO MOLESTEN al joven que está construyendo su mundo, aunque sea un absoluto desastre y lo haga desde la desinformación, el puro entretenimiento, lo absurdo, la risa tonta o el reconocimiento de la violencia como forma lúdica de pasar el rato. Nos sale caro no ocupar nuestro lugar y defenderlo. Nos sale caro no poner límites, aunque muchas veces lo hagamos en la más absoluta soledad. Nos sale caro tener dejar de explicar que los valores sostienen una sociedad. Nos sale caro no mirarles a los ojos. Nos sale caro...
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